El mohín desdeñoso de Pericles ante la idea de Sófocles como gobernante de la ciudad, no es más que una parte de la historia; la otra parte quedaría perfectamente ilustrada con el episodio aquel de Menandro, cuando atravesó toda la plaza pública descalzo un pie, y calzado el otro con su sandalia. Estos rasgos, de todos conocidos, los interpretan alguno como el signo de que los poetas están ocupados con verdades que trascienden las apariencias, y cuya contemplación sería semejante a una locura, o bien a una sabiduría infundida por los Dioses. Pero, a mi juicio, la explicación es otra. Yo creo que todos los poetas deben haber sufrido en la infancia una profunda herida o una mortificación incurable que los hace para siempre pusilánimes ante todas las contingencias de nuestro humano existir. El odio y la desconfianza los llevan entonces, a crear con la imaginación un mundo distinto. Peor este mundo por ellos creado, no revela una visión más profunda de las cosas, sino sólo ansiedades más urgentes. La poesía es un lenguaje aparte dentro del lenguaje común, concebido para describir una existencia que no ha tenido realidad nunca y que no la tendrá jamás; y lo hace con imágenes tan seductoras que todos los hombres se ven empujados a compartirlas y a verse distintos de lo que son. Y me ratifica en este juicio observar que, aun en aquellos versos donde los poetas expresan su desdén por la vida, describiéndola en toda su evidente absurdidad, los términos de su desprecio son tales que sus lectores se sienten elevados por ellas, ya que presuponen un orden de cosas más noble y más justo que el humano y lo representan como alcanzable.
Los idus de Marzo. Thorton Wilder. Emecé. Bs.AS. 1967
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