El descendía del sol, pero Olimpia lo parió y esto lo ofuscaba y lo enardecía, pues una mujer no debía ser su madre. Era hombre en el sentido de que las funciones animales se cumplían en él y en eso, solamente, era tan hombre o tan animal como sus contemporáneos. Practicaba el coraje y no perdía ocasión para ejercitarse, conocía el riesgo de matar y hasta en sus amigos experimentó esa intimidad. Aunque luchaba sin cesar contra sí mismo, fue al mundo a quien venció. Prohibió que se hicieran monedas con su imagen, probablemente le molestaba la opacidad de las monedas o quizá el disgusto de sentirse en las manos de todos los hombres. Cuando iba a un campo de batalla, la derrota se ponía de inmediato a las órdenes del adversario y sin embargo la victoria no surtía en él más efecto que el agua.
Decía que en dos cosas notaba una semejanza con la mortalidad: el sueño y el acceso a las mujeres, por algo lo que los demás hombres llaman prodigios eran sus realizaciones cotidianas. Expuso su vida en todos sus combates y en ociosas ocasiones, así demostraba que la vida era algo muy inferior a su persona, indigna de su confianza y lamentable para su tamaño. Conquistó el mundo sin proponerse un gobierno universal y en ese misterioso afán de batallar ilimitadamente se confunde este Alejandro III de Macedonia o Alejandro Magno con un fenómeno cósmico. Todo lo tuvo yeso lo satisfizo poco. No le bastaba la vía láctea y sin embargo un sepulcro lo contenía. Esas son las cosas que ni el álgebra ni-los cerebros electrónicos, ni las universidades inglesas pueden explicar.
l' Cuando su padre fue asesinado, Alejandro descubrió que Filipo le había dejado el reino a su hermano. Alejandro fue reducido a heredar esa suma indeclarable: genio. La ventaja era enorme, con una cabeza se puede construir un rein, pero un reino no se puede ganar una cabeza. A los pocos meses Alejandro ocupó la silla de su hermano, mientras este hermano con su muerte seguía los pasos de su padre, un hijo fiel. Ya Alejandr había sido educado por un hombre que no era una universidad pero que valía por casi la totalidad de los centros de enseñanza: Aristóteles. Este griego, se dedicaba a enseñar a pensar, una disciplina que por anacrónica o por aristocrática ha desaparecido de de las instituciones de conocimientos modernos.
Alejandro aprendió a aprender, nadie puede aspirar a otra superioridad.
Alejandro salió de su casa a los 22 años y nueve años después contaba entre sus haciendas: Siria, el Asia Menor, Persia, Egipto, Samarcanda, Bactria y el Punjab. Posiblemente no le hubiesen otorgado el Premio Nobel de la Paz, pero si hubiese tenido méritos para ese premio no habría podido crear una nueva unidad cultural. La alternativa era simple: la paz para crear fracciones o patrias, o la guerra para forjar una unidad sin fronteras de razas, lenguas o cortas medidas. Y aunque fueron batallas las que ganó, la memoria le garantiza la inmortalidad por el resultado de esos combates: el helenismo. El espíritu creció a costa de algunos cuerpos.
En el año 323 a.C., el fundador del linaje de los dueños del mundo moría. Había vivido treinta y dos años y ocho meses y para aquel entonces las líneas fatigadas de su cara eran el mapa de los límites del mundo. En tan corto tiempo ningún otro hombre ha sido tan magno como este Alejandro.
Hasta 100 hombres
Ed. Tiempo Nuevo. Caracas. 1973.
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