Una antología cuyo criterio de selección responde al título: al libre arbitrio de los gustos del antólogo, sin pretender darle otra unidad interna coomo no fuera el placer o disfrute -sea de tipo intelectual, sensible, sensual, humorístico...- que ha proporcionado al antólogo. No se tendrán en cuenta pergaminos de los autores ni época o región de procedencia. Sólo es, una antología arbitraria...

Si quiere sumar su texto, poema, cuento, fragmento, preferido, puede hacerlo. Envíenos, via mail edicionesaql@yahoo.com.ar–, el mismo, y dentro de lo posible adjunte también, escaneo mediante, la imagen de la tapa de la obra correspondiente. Además de un breve comentario o "justificativo" del porqué de su selección. Justificativo que, nosotros, en el blog, ya dimos en el texto de cabecera del mismo...

2.24.2009

Uno / Enrique Santos Discépolo

Como nació Uno
Siempre hay un “antes”... Un “antes” que justifica todo lo que puede venir después. Somos jóvenes antes de ser viejos, para justificar el reuma. Nos enamoramos antes de casarnos, cuando lo lógico sería que nos enamorásemos después... Hay, entre el antes y el después una relación de fuego y ceniza, de tajo y sangre, de grito y llanto. No se conciben separados. Para hablar de Uno –que llegó después– tengo que hablar de antes, de mí, de mi especial estado de ánimo en ese tiempo que precedió al nacimiento de Uno.
Estaba raro. No sé, no sé en realidad qué diablos me pasaba. Me entró de pronto una melancolía inexplicable. Melancolía de canario. Yo, que generalmente tengo buen humor, estaba insoportable. Quería pelearme con todo el mundo. Con los guardas, con los colectiveros. ¿Se da cuenta?... Con este cuerpo, quería pelear…
Fue una temporada terrible. En casa, un poco alarmados, llamaron al médico. No tenía nada, estaba sano: El médico, pobrecito, me aconsejó lo de siempre: que dejara de fumar, que dejara de beber, que dejara de acostarme tarde.
Puesto que se trataba de dejar de hacer algo, yo dejé de tomar tranvía. Seguí fumando, bebiendo, acostándome tarde. Porque lo que yo tenía era vejez, cansancio, cansancio de vivir. En ese momento me hubiera gustado hablar de otra manera, respirar de otra manera, caminar al revés... ¡qué se yo!... Me molestaban el tráfico, las bocinas, los gritos de los vendedores.
Aquí, entre nosotros, nada justificaba ese estado mío. Estaba sano, era feliz... Un hombre en esas condiciones debería saltar de alegría, sonreír como un fabricante de dentífrico.
Yo escupía pólvora, estaba áspero como un limón, intratable… Me acuerdo de aquellos días y... y...
Hice lo único lógico en ese clima de ilógica: ¡Me encerré! NO en un baúl, ni en el ropero. Me encerré en mi casa. Se desconectó el teléfono. La puerta de entrada no se abría para nadie.
En esos diez días pensé en mi vida, en las cosas de mi vida. Pero no pensé en los momentos buenos; pensé en los malos momentos. Eso fue la auto-vacuna que me curó. Me curé con mi propia rabia, con mi propia amargura.
Aquello pasó y seguramente no volverá a repetirse. Cité aquel estado especial de mi espíritu para justificar esa amargura de Uno, que muchos amigos dijeron que resultaba tremenda y desoladora. Tal vez tengan razón. En otras circunstancias, acaso no hubiera escrito lo qué escribí. Aquellos diez días de locura absurda me ayudaron a preparar el tema. La desilusión amarga del que no puede amar, aún queriendo amar, no había
Sido tratada todavía. Yo aprendí, en aquellos días de “reviro”, que la gente sería inmensamente feliz si pudiera no presentir…

Uno (1943)
Letra: Enrique Santos Discépolo
Música: Mariano Mores

..
Uno busca lleno de esperanzas
el camino que los sueños
prometieron a sus ansias...
Sabe que la lucha es cruel
y es mucha pero lucha y se desangra
por la fe que lo empecina.
Uno va arrastrándose entre espinas
y en su afán de dar su amor
sufre y se destroza hasta entender,
que uno se ha quedao sin corazón...
Precio de castigo que uno entrega
por un beso que no llega
o un amor que lo engañó.
Vacío ya de amar y de llorar
tanta traición.

Si yo tuviera el corazón,
el corazón que di.
Si yo pudiera como ayer
querer sin presentir.
Es posible que a tus ojos
que me gritan su cariño
los cerrara con mis besos.
Sin pensar que eran como esos
otros ojos, los perversos,
los que hundieron mi vivir.

Si yo tuviera el corazón,
el mismo que perdí...
Si olvidara a la que ayer
lo destrozó, y pudiera amarte,
me abrazaría a tu ilusión
para llorar tu amor.

Pero Dios te puso en mi camino
sin pensar que ya es muy tarde
y no sabré como quererte…
Déjame que llore
como aquel que sufre en vida
la tortura de llorar su propia muerte.
Pura como sos habrías salvado
mi esperanza con tu amor.
Uno esta tan solo en su dolor,
Uno esta tan ciego en su penar.
Pero un frío cruel
que es peor que el odio,
punto muerto de las almas,
tumba horrenda de mi amor,
maldijo para siempre y me robó
toda ilusión…


Jorge B. de Ribera (coord.) Discépolo. Cuadernos de Crisis 3. Bs. As. 1973.

Ediciones AqL

Desde 1998, más de 100 libros editados, más 60.000 ejemplares impresos... ¡Qué paradójico! Tantos números para describir a una editorial en la que lo que más importa son las palabras y las personas que están a ambos lados de las mismas... tras ellas: usted, autor y frente a ellas: usted, lector.

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