
«¡Huu-u! ¡Huu-u!», dijo el viento en sus oídos. Sonaba simpático Y cordial, más agradable que una voz humana.
Soltó el cordón, y eligió una posición desde la cual pudiera correr unos cuantos metros para lanzar la cometa, pero no fue necesario. La cometa se elevó en seguida hacia el norte. La cola ondeó desordenadamente al principio, la cometa volaba horizontal con el pico apuntando directamente hacia él, luego la cola tiró de ella y la puso vertical, Y el cordón corrió entre sus dedos.
Sostuvo el cordón con las dos manos Y lo dejó deslizarse durante casi un minuto. ¡La cometa era una auténtica voladora! ¡Apenas tenía que estimularla!
—¡Yuu-juu-uu!-gritó –gritó Walter al viento. No había nadie cerca que pudiera oírle, mirarle, ni criticarle..., tampoco nadie que admirase su cometa. Ahora la cometa rosa en forma de rombo parecía feliz, meciéndose un poco en el vacío azul, y subiendo cada vez más alto. Walter soltó más cordón, hasta que notó que el primer palo le saltaba a las manos, y se agarró a él.
¡Qué divertido! podía tirar despacio y con fuerza, luego notaba que la cometa tiraba aún más fuerte, arrastrándole, levantándole del suelo por un trecho, hasta que su peso y sus esfuerzos con el palo le permitieron volver a poner los pies en el suelo. Él y la cometa estaban equiparados. Esa idea le excitó.
Un perro ladró en la distancia, allá en el pueblo. La cometa parecía más pequeña ahora, como una cometa corriente, por la altura que había alcanzado. Walter tiró del cordón con toda su fuerza. echándose hacia atrás hasta que su cuerpo casi tocó el suelo. Entonces la cometa tiró de él lenta y suavemente y lo levantó en vilo. Walter movió los pies; esperando tocar el suelo, y en ese momento la cometa dio otro tirón fuerte y travieso, como y señal y Walter se encontró volando.
Miró tras de sí y vio el ovillo de cordón bailando en el suelo, desenroscándose, y el segundo ovillo cerca de ése, ahora inmóvil. Entonces el cordón de nylon se movió, el palo dio la vuelta y Walter vio que los árboles de la colina disminuía de tamaño y descubrió un valle en que no había reparado hasta entonces, con un estrecho ferrocarril serpenteando por el mismo. Walter contuvo el aliento uno segundos, no sabiendo si asustarse o no.
[…]
Patricia Highsmith. La casa negra. Alianza Editorial. Madrid. 1994.
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