Habiéndosele perdido una bolsa con cien doblones a un mercader florentino, ofreció veinte a quien la hallase: encontróla un pobre aldeano, y trájola con sincera puntualidad al dueño, el cual, por eximirse de la oferta, injurió al miserable, diciendo que los doblones eran ciento y treinta; y faltándole los treinta, se le debía castigar por ladrón. Fue el humilde villano con la queja al gran duque Alejandro de Médicis; y conociendo el malicioso engaño, por la ingenua relación, llamó al mercader, el cual repitió lo mismo; y habiéndole oído, dijo el superior talento de aquel príncipe: Pues según eso, teniendo vuestro bolsillo ciento y treinta doblones, y éste sólo ciento, no es el vuestro. Llevadle vos, buen hombre, hasta que parezca su dueño, y si acaso hallareis otro con ciento y treinta, traédselo a este tratante, que será el suyo propio; y en tal caso os cumplirá la oferta de veinte doblones, que os prometió.Estando moribundo un hombre, y ayudándole en aquel trance religiosos, siempre que le nombraban al demonio, respondía como enmendándolos: El señor diablo; mejoró de la enfermedad, y corrigiéndole tan no usado estilo, respondió: Padres, hablábale así, por si fuese mi alma a su jurisdicción, no la castigase por poco cortés.
B. Fernández de Velasco y Pimentel. Deleite de la discreción y Fácil escuela de la Agudeza. Espasa Calpe. Buenos Aires. 1947.
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