
Una de las vecinas le dice a mi madre:
—¿Has oído lo que se cuenta por ahí?
Mi madre pregunta intrigada de que se trata y la otra responde:
—¡Tawhida, la hija de Um Alí y del tío Ragab!
—¿Qué le pasa? ¡Qué Dios la proteja del mal!
—¡Ha conseguido un empleo en la administración!
—¿Un empleo en la administración?
—Como lo oyes, ¡por Dios santo, funcionaria... trabaja en un ministerio y se sienta junto a los hombres!
—¡Por Dios todopoderoso... una joven de tan buena familia... con una madre tan buena y un padre tan honrado!
—Nada, todo eso no son más que palabras, ¿qué hombre puede estar contento de semejante cosa?
—¡Dios mío! Protégenos, Señor, aquí en la tierra como en el cielo!
—¿No será porque la chica no es demasiado agraciada?
—De todos modos, habría encontrado un muchacho como es debido.
Las lenguas se desatan y las murmuraciones sobre la conducta de Tawhida no cesan. Se comenta, se ironiza, se condena. Cada vez que su padre, el tío Ragab, aparece, oigo en torno mío.
—¡Qué Dios nos proteja!
—¡Lástima de hombres, en que han ido a parar!
Tawhida es la primera mujer de nuestro barrio empleada en la administración pública. Dicen que ha sido compañera de mi hermana mayor en la escuela coránica. Todo lo que oigo sobre ella me incita a espiarla cuando vuelve del trabajo. Su cara pálida, su expresión cansada, su paso rápido, la distinguen de las demás muchachas y mujeres de nuestro barrio. Al llegar junto a mí, me dirije una mirada huidiza o pasa sin siquiera verme. Luego, se adentra en la callejuela. Y yo, repitiendo como un lorito lo que oigo decir a los demás murmuro:
—¡Lástima de hombres, en que han ido a parar!
Naguib Mahfuz. Historia de nuestro barrio. Libresa. Quito. 1995
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